Vivir para legislar o legislar para vivir

Por Carlota Macià
Traducción por Àngela Francés

Debemos partir de la base de que la ley puede percibirse como justa o injusta a los ojos del ciudadano. Sin embargo, esta tiene el origen honrado de crearse para asegurar la vida en sociedad y permitir tu propia libertad. Aun así, actualmente, en muchos casos, esta también pretende protegernos de nuestra propia libertad o capacidad para decidir.

En este último punto, no solamente me refiero al hecho de que a la hora de comprar un paquete de tabaco aparezca la imagen de un cadáver ̶ que a mi modo de ver es sumamente descarado y desproporcionado ̶ sino al conjunto de la sobreregulación y leyes absurdas a las que este hecho está dando lugar. Para poner alguno de los ejemplos más extremos, solamente hace falta buscar por la red para encontrarnos con leyes como la que determina como ilegal el hecho de morir en las Casas del Parlamento inglés (escogida por casi 4.000 ingleses como la ley más absurda del 2007), que en Francia se pueda poner el nombre de Napoleón a un cerdo, que en California un coche sin conductor no pueda ir a más de 96km/h. Otros casos son el hecho de que si estás cometiendo un asesinato en Nueva Jersey no puedes llevar un chaleco antibalas, que un pez tampoco se pueda emborrachar en Ohio o que en Kentucky sea obligatorio, por ley, ducharse al menos una vez al año.

Cuando te enteras de estas leyes no solo te planteas el hecho de cómo puede ser que un coche circule a 96km/h si no hay un conductor, o cómo un asesino sabiendo perfectamente que vulnera la ley en un grado mayor se preocupará por cumplirla poniéndose un chaleco antibalas, o además cómo se hace para hacer del pescado un ser alcohólico e incluso, cuál debe ser la situación higiénica de Kentucky. En este contexto ya te llegas a cuestionar hasta qué punto el legislador puede tener carta blanca para crear nuevas leyes y también, hasta qué punto llegará la manía legisladora que termina por regular cada una de las posibles situaciones de nuestras vidas.

En este mismo sentido, en Gran Bretaña, ha surgido la expresión “nanny state” que equivaldría al concepto de “estado niñera”. Esta expresión apareció por la convicción de que el gobierno o sus políticas son sobreprotectoras e interfieren en las opciones personales. Es decir, la sensación de que es el gobierno quien trata al ciudadano como si fuera un niño, no el hecho de que este lo sea. El significado se ha desarrollado hacia la concepción de que no solamente se trata de un elevado grado de control sino también al hecho de que el gobierno lo financie todo.

Son muchos los políticos anglosajones y americanos que hablan ya abiertamente de este concepto y afirman que las políticas relativas a la sanidad pública o de seguridad se están convirtiendo en el instrumento legitimador para que el gobierno entre, de manera desmesurada, a formar parte de nuestras vidas a través de nuevas regulaciones.

Al abordar esta temática y hacer referencia a Gran Bretaña, no puedo dejar de lado el caso de una empresa, BrewDog, que ha desafiado esta realidad.

La compañía se dedica al mundo de la cerveza y como respuesta a la revuelta y las críticas recibidas por parte del gobierno de Gran Bretaña por elaborar una cerveza llamada “Tokyo” con un 18,2% de alcochol, ha decidido sacar al mercado una nueva cerveza llamada “Nanny State”.

Solamente contiene un 1,1% de alcohol, una decisión que la sitúa por debajo de los estándares para ser considerada cerveza y tampoco tiene suficientes grados de alcohol como para estar sujeta a los impuestos que corresponden a las bebidas alcohólicas. Un jaque mate directo que despertó simpatía entre algunos miembros de la cámara.

Como podéis comprobar, su implicación contra esta causa es intensa e incluso hay una web donde se registran por temáticas y países las leyes “nanny state”: www.nannystate.com.

De este modo, ¿es realmente necesario crear leyes para controlar cada uno de los ámbitos de nuestras vidas para “protegernos”?

¿Somos realmente tan vulnerables como para no poder ni decidir qué queremos? ¿O resulta que somos demasiado drásticos y extremistas que es la ley la que se encarga de someternos a una cierta moderación?

Si es de este modo, ¿cómo podemos saberlo si cada vez que nos limitan más las oportunidades para escoger y asumir responsabilidades?

 

Carlota Macià.

Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas y de la Administración en la Universitat de Barcelona.

La ley tiene que preservar la vida, la libertad y la propiedad.

Liberal, catalana y sabadellenca.