Imagine haber estudiado cuatro largos e intensos años la carrera de Derecho. Imagine además pertenecer a la primera promoción de graduados españoles. Imagine impartir lo que eran asignaturas anuales en un escaso cuatrimestre, traducir horas lectivas en horas de “auto-aprendizaje” en casa. Imagine, eso sí, pagar unas tasas más elevadas que nunca. Imagine sumar a todo ello la entrega diaria de prácticas y la realización de exámenes parciales, sin olvidar, por supuesto, unos exámenes globales estratégicamente colocados a la vuelta de la Navidad o de Semana Santa.
Imagine ser el foco de todos los experimentos y novatadas posibles derivados de un novedoso Plan Bolonia cuya implantación quizá estuviera demasiado verde aún para llevarse a la práctica. Imagine padecer durante cuatro años todas las desestructuraciones y reajustes posibles en los programas de cada asignatura –inabarcables para el moderno e idílico Plan de Estudios- o sufrir el enfado de todos aquellos profesores poco simpatizantes con el sistema de Grado. Imagine además ver cómo, gracias a tu forzoso pero heroico rol de conejillo de indias, las promociones venideras tendrían todo considerablemente más ajustado y organizado.
Imagine superar el ecuador de los estudios y escuchar hablar por primera vez de la Ley 34/2006. No sería la última. Imagine aprobar el último hueso de la carrera, superar el trabajo de fin de grado y salir ileso de las correspondientes prácticas profesionales.
Si ha podido imaginarse todo esto quizá pueda hacerse una ligera idea de lo que es el Grado en Derecho. Si todavía tiene ganas de seguir imaginando, sólo continúe la lectura.
Imagine que de pronto, para poder ejercer la que ya es su profesión, alguien exige además la necesidad de realizar un Máster de Acceso a la Abogacía –que viene a ser el quinto año de la licenciatura, eso sí, con créditos ECTS de varios quilates, a juzgar por su precio- y la superación de un examen de estado. Imagine también que al grueso de los licenciados se les perdonan todos estos trámites sin importancia. Vía libre para ellos.
Imagine que, resignado, aparca sus planes de futuro “momentáneamente” para poder realizar el mencionado máster, antes de que una avalancha de nuevos graduados de próximas promociones complique el acceso a una plaza. Imagine que opta por cursar el mismo con la misma universidad de la carrera. Imagine un precio alzado que ronda los 7.000 euros -sin duda un módico importe para una universidad pública-, un sistema docente cuya inflexibilidad rivaliza con la de los primeros cursos de la guardería –obligada asistencia, firma en cada una de las asignaturas, grupos de trabajo forzosamente distribuidos…-, así como un amplio y sugerente abanico de optativas cuya variedad inicial quedó reducida a cero a la hora de la verdad.
Imagine que le alejan del Campus de la carrera -de su cafetería, biblioteca y zonas de césped- para cursar el máster en un destartalado mercado de antigüedades a una hora y media de casa. Imagine que por tener apenas si tiene una fotocopiadora y una máquina de sándwiches en un principio. Imagine, si le consuela, que al menos su nuevo papel de conejillo de indias vuelve a ser un rotundo éxito: la segunda y actual promoción ya puede disfrutar de instalaciones que van desde una papelería hasta un ostentoso salón de actos, a tu salud y por el mismo precio. Imagine que durante tu año quizá lo único a la altura de esos 7.000 euros fuera el administrativo de la secretaría.
Imagine derramar sangre, sudor y lágrimas para acabar el mencionado máster mientras medio país disfruta de unas merecidas vacaciones en la playa. Imagine que después de todo le asignan –según unos criterios dudosamente transparentes- un determinado despacho para realizar los preceptivos cuatro meses de prácticas profesionales para el siguiente curso. Imagine que le fuerzan a compatibilizar tales prácticas con la realización de un Trabajo de Fin de Máster cuya fecha de exposición resulta ser un completo misterio hasta prácticamente la víspera. Imagine superar todo eso con éxito.
Imagine ahora que se habla de nosotros como la promoción de futuros abogados con la mayor cualificación de los últimos años. Imagine que la última pieza del puzzle es un examen de acceso fechado, como siempre se nos aseguró, para febrero de 2014.
Imagine que al parecer todo era mentira, que nadie convoca un examen cuya realización ya estaba prevista desde el año 2006. Imagine que hablar de su formato o contenido no es ni siquiera especular, pues nada está previsto al respecto. Imagine que la misma universidad que tantas medallas de excelencia se colgó a tu costa de repente se lava las manos y mira hacia otro lado –o simplemente omite informar de su supuesta lucha en tu nombre- pues ya no eres su estudiante. Imagine por cierto haber abonado la última parte de la matrícula.
Imagine convertirse en un ni-ni por obligación –todo lo cualificado que quiera, sí, pero ni-ni a fin de cuentas- esperando la convocatoria de un examen que no llega. Imagine la mayor de las incompetencias posibles y le aseguro que se quedará corto. Imagine no poder ser contratado por no estar colegiado, o tener que prorrogar sus prácticas no remuneradas para no esperar de brazos cruzados a que el gobierno cumpla su parte del trato. Imagine que ni siquiera puede optar a un trabajo para el que lleva preparándose años. Imagine que la expresión “seguridad jurídica”, estandarte de una carrera como es Derecho, suena a día de hoy como un chiste de mal gusto.
Imagine que se manifiesta con sus compañeros, que funda Abogados sin Toga para pelear por lo que se merece. Imagine que pone sobre la mesa una injusticia superlativa que nadie conoce o, lo que es peor, nadie quiere conocer.
Jesús Martín Matallana
Antiguo alumno de la Universidad Carlos III de Madrid y miembro de Abogados Sin Toga