Sobre el buen abogado

Por Alexander Salvador.
 

Hace unos días, con motivo de la preparación de un nuevo artículo, fui a ver a un abogado que conocí no hace muchos meses. Después de hablar sobre la temática de dicho artículo, empezó una de esas extensas conversaciones “off the record” que valen más que todo un curso de Derecho. Debe decirse que aquellas dos horas valieron, verdaderamente, su peso en oro. Sin embargo, me reservo todo lo comentado en aquella encantadora firma, pero no lo percibido.

Sin presumir ni alardear de ello, aquel abogado era, sin lugar a dudas, un buen abogado. Un muy buen abogado. Y la razón principal radicaba en el tamaño de la mesa de sus becarios. Pero a este punto, llegaremos a su debido tiempo…

Sin darse cuenta, aquel abogado fue desengranando en mi cabeza lo que realmente significaba a día de hoy ser un buen abogado. Un buen abogado, un solvente profesional de lo jurídico, alguien a quien confiar tus asuntos legales atendiendo a sus principios y valores éticos y deontológicos, un profesional del proceso a la par que la captación…

Aquel buen abogado no tendrá ni necesitará nunca 25.000 followers en Twitter, pero su opinión vale un peso incalculable en followers entre la sociedad jurídica. Es un buen abogado y acepta la importancia de las redes sociales, pero no olvida que ahí afuera hay mucha estrella estrellada de la abogacía, y que el buen letrado, debe demostrarlo en el día a día en el plano real. El sector de lo jurídico es muy pequeño, y al final todos conocemos la solvencia de cada uno de nuestros colegas de profesión.

El buen abogado sabe que es importante escribir y por ello, invirtió en una buena web y le adhirió un blog donde todos sus compañeros de la firma escriben como uno más. Aun así, el buen abogado sabe que cualquiera puede copiar contenido de la red y no le merece más atención que a aquellos artículos que reflejan realmente el alma y la pasión de aquel profesional por el Derecho.

El buen abogado fue una vez becario, también asociado, y un día se convirtió en socio. Y aquel abogado no es un buen abogado; es un gran socio porque nunca maltratará ni dejará que maltraten nuestra profesión. Sabe que ningún letrado merece trabajar como autónomo porque el socio no quiera pagarle lo que cuesta un contrato, ni tampoco el becario merece trabajar de sol a sol sin que el socio le preste atención ni se preocupe por enseñarle. Él es, sin duda, un gran socio, porque no desaparece durante unos días sin motivo aparente dejando a sus asociados con los “marrones” de fin de mes encima de la mesa. Y como abogado, se ha convertido en un gran socio porque está al pie del cañón arremangándose como uno más.

Y aquel buen abogado demuestra cada día lo grande que es porque se preocupa de sus profesionales como si de sus propios hijos se tratasen, pero, sin permitir que se aprovechen de ello. Les transmite los valores de su despacho y se interesa por su vida más allá de lo profesional. Se preocupa de su educación y les financia los costes de su formación adicional. Come con ellos cada día sino tienen con quien hacerlo, les pregunta y hablan sobre sus vidas personales y crean lazos que en las males épocas serán aún más irrompibles que en las buenas.

Pero, por encima de todo, es un gran abogado porque ama el Derecho, ama la profesión y se niega a ofrecer ningún servicio que no cumpla con la máxima calidad que pueda ofrecer. Prefiere asesorar a 10 clientes y hacerlo a la perfección que no captar a 100 e insultar a la profesión una vez les haya cobrado la minuta.

Y lo más importante, aquel abogado es un buen abogado porque nunca dejará que sus becarios trabajen en una mesa de 80 x 60 como si estuvieran en un taller ilegal. Quiere inculcarles su pasión por el Derecho y hacer que se sientan orgullosos de trabajar en una mesa tan grande como el futuro que les espera.

 

Alexander Salvador.

Director y fundador de El Jurista.