Por Azucena Castro y Pol Rubio.
Un abogado puede llegar a dedicarse a un sector tan específico como el arte cuando la plenitud es profesional pero no personal porque no disfruta con lo que hace. Entonces a veces surge la brillante idea de unir su pasión, en este caso el arte, y el derecho.
Estos abogados se sienten privilegiados cada vez que van a ver una colección de arte, porque no dejan de ser aficionados.
Los servicios que dan tales despachos suelen ser tres. El primero y que más los ocupa es la consultoría, todas aquellas operaciones que no llegan al litigio como la redacción de contratos de compraventa, la planificación fiscal, o la voluntad de futuro. Luego se encargan también de litigios, pero el mayor problema es la falta de prueba y conlleva a muchas veces no poder entrar en él. El tercero es el más romántico, la vertiente de formación, puesto que después de su intenso estudio quieren ayudar, de forma altruista, a profesionalizar legalmente el Derecho del Arte asistiendo a charlas, seminarios, o colaborando en la elaboración del futuro “Estatuto de los Profesionales del Arte Contemporáneo”.
Las ramas que comprende este sector son civil, fiscal (IVA, ITPO, IRPF o IS), penal, patrimonio histórico y propiedad intelectual principalmente.
No existe un tipo de cliente específico que requieran sus servicios; cualquier agente que esté vinculado con el arte, ya sea artista, coleccionista, marchante o museo. Se tiene una idea elitista, pero llegan a tratar hasta con personas que acaban de comprar su primera obra de arte.
Las falsificaciones están al orden del día, no es otra falsa creencia popular. Sin ir más lejos, en múltiples ocasiones herederos de familias que creen tener una gran colección se llevan un gran chasco al resultar que está llena de falsificaciones y mediocridades.
El precio de una obra de arte es como el de un piso, para su poseedor vale todo el oro del mundo pero luego en el mercado se vende por lo que un tercero está dispuesto a pagar. Entran en juego muchos factores como la época y si se trata de la virtud (mejor registro) del artista. No el tamaño. También el márquetin juega un papel esencial de cara a que el precio aumente, y aquí es necesario citar el tiburón en formol (“La imposibilidad física de la muerte en la mente de algo vivo”) de Damien Hirst. De hecho, Dalí ya hacía de uso este reciente concepto untándose miel en los labios para atraer moscas o apareciendo en escena con un caballo blanco.
Ante todo, para prever el robo de una obra de arte se tiene que hacer un inventario para poder reconocerlas. Para ello es muy útil el Object ID, un formulario muy detallado en el que se facilita la descripción de la obra sustraída y adjunta imágenes. Y luego, lo típico en bienes de valor, contar con un buen seguro y un sistema de seguridad fiable.
Por último, y a modo de recomendación compartida, consideramos que lo que debe llevar a alguien a consumir arte es que le provoque algo, que sienta algo ante una obra, aunque sea un sentimiento negativo. Es lo que sucede con la colección olorVISUAL, donde las obras que la componen recuerdan a un olor, subjetivo obviamente. Aunque no podemos obviar que suceden tendencias que desvirtúan esta idea, como la última en China, en la cual sus nuevos ricos quieren obras de reconocidos artistas con el propósito de ostentar.